jueves, 17 de noviembre de 2011

Desayuno de campeones.


¿Te acuerdas de tu último desayuno?  O tal vez debería de preguntar, ¿cuándo fue la última vez que te sentaste a desayunar lo que se te antojaba?

No es fácil, pero se puede. Personalmente, tuve el privilegio desde pequeño, de que mi Madre me nutriera con los desayunos más completos que el tiempo y la situación 
le permitían.  Cómo olvidar desde el famoso huevito tibio con limón y salsa de chipotle, 
que me servía en esos trastecitos de vidrio refractario para flanecitos, hasta mis chilaquilitos tan sabrosos y que tan fanático soy.  Gracias Mamá por esas desmadrugadas y 
gracias también por ponerle tanto sabor y amor hasta a la más “simple” quesadilla.  
Y ahora que soy un adulto (dicen), le doy gracias a mi amada EspOsa, por consentirme y 
más bien, adivinar mis antojos. Que no es fácil, tratándose de alguien tan voluntarioso 
como su servidor. 

Pero volviendo a lo simple, quisiera remarcar el punto de que si en esta ocasión les presento los desayunos más atractivos en imagen, créanme, que no se necesita de un equipo profesional extra en casa, para salir más que bien desayunado.



Hoy por ejemplo me hice y hasta me di el lujo de inventarle un nombre a mi desayuno: 
El sándwich apache.  Un sencillo sándwich de pechuga de pavo (con las rebanadas especialmente dobladas en forma de s, para darle textura al emparedado) y un triangulito 
de queso de la vaquita que ríe, untado en una de los panes; que era de centeno.  
Esto acompañado de cinco hojitas de endivias, dispuestas en el plato a manera de penacho o ahora que lo veo bien, como la garra de un oso.  Y sobre cada hojita, unas gotas de vinagreta.  Tiempo de armado: 2 minutos.  Tiempo de tostado en la plancha: creo que 
3 minutos cuando mucho.  Tiempo de degustación: 1 minuto con 30 segundos.

Pero bueno.  A veces ni tiempo, ni ganas.  Y luego no hay mejor desayuno que el que puedes pedir y que te sirvan.  A continuación les comparto una breve compilación de desayunos 
que despertaron más que el antojo de mi estómago, también el de mi lente.


















Al final del día, sólo queda algo: el antojo de lo que pudo ser ese día. 
la satisfacción del mismo.  Buen provecho.  En todo.





martes, 1 de noviembre de 2011

Un taller que arregla el alma: L´Atelier de Jöel Robuchon.



Los que me conocen, saben muy bien que no exagero cuando digo cosas tan cursis y poéticamente trilladas, como el título de esta publicación.  Y es que si algo puede ser capaz de conmoverme: es un sabor.  Dicen que el amor entra por los ojos.  Yo pienso que a través del gusto, puedes entrar directo al corazón.  Y no me refiero al colesterol y los triglicéridos.  Voy más lejos que eso.  Al alma.  Esa en la que seguramente nos llevamos, lo único que nos podemos llevar cuando nos vamos:  las experiencias.


Pues esta experiencia fue una inolvidable. Desde antes, mientras caminábamos apresuradamente por los pasillos del MGM Grand, entre mesas de poker y máquinas tragamonedas, para llegar a tiempo a nuestra reservación. 

Estaba emocionado, como si el mismísimo Chef Robuchon fuera estar ahí.  Por primera vez iba a poder asistir a la cocina de este Monsieur, considerado “Cuisinier du siècle”, o sea “Cocinero del siglo”.  Con más estrellas Michelin que cualquier otro en el mundo, 26 no más, si no es que ya le dieron otra mientras escribo.

Y que como dato curioso, él fue quién apadrinara o recomendara como su sucesor a mejor chef del mundo al chef español y creador del Bulli, Ferran Adrià.  Pero bueno, esa es otra gran historia, que merece su propio espacio.

Todavía un poco agitados por la carrerita, nos anunciábamos con la recepcionista.  Inmediatamente nos encaminaba hacia el interior del famoso taller.  Nos dio a escoger si mesa o barra.  La ventaja de la barra, nos concedía una mejor vista hacia la cocina, pues el concepto de este lugar es precisamente, ser testigo del trabajo de los cocineros.  Y de poder platicar más casualmente, sobre lo que te están sirviendo.

Y bien, una vez instalados, un cocinero nos dio la bienvenida, seguida de una sugerencia-explicación de lo que había en la carta.  ¡Ja!  ¿Y cómo para que queríamos la carta?  No importa lo que escogiéramos, iba a estar más que bueno…  Aunque ahora que lo pienso, creo que más bien, era para concientizarnos de los precios…






Entonces llegó el momento de la decisión.  Nos fuimos por una de las fórmulas 
de degustación con maridaje incluido.  Y déjenme contarles que desde el pan 
y el “divierte bocas”, amuse bouche, -como los franceses le llaman a ese bocadito 
que sirve para prepararte y darte literalmente una probadita del sazón del chef-  
todo, pero todo, estuvo simplemente espectacular. 












Escribir uno a uno los platillos no sería tan emocionante como probarlos. 
Pero sí quisiera hablar de uno en particular.  El más simple, pero el más famoso:
El puré Robuchón.  Me atrevo a pensar que esa famosa escena de Ratatouille de Pixar, cuando el crítico Anton Ego prueba el ratatouille y se transporta a su niñez, fue inspirada 
por este puré 50% mantequilla, 50% papas ultra-lentamente cocidas, para alcanzar 
esa textura tan perfecta y conmovedora.  Ay Dios, como algo tan simple, puede ser 
tan rico.  Es cuando pienso en aquella cita de Albert Einstein que recita:  
"Make things as simple as possible but no simpler."  Este manjar sin duda, es un ejemplo.

Pero no me mal interpreten.  Los otros eran iguales de especiales: el gazpacho, el langostino envuelto en una lamina de pasta frita, las brochetas de bacalao y callo de hacha, las costillitas de cordero, los quesos madurados, las tartitas de chocolate amargo, la de frutos rojos, la de queso y la de manzana.  Y en cada tiempo, sus respectivas copas de vinos espumosos, blancos, tintos y de postre. Todos fueron una a una, las herramientas usadas 
con la más exquisita precisión, por los aprendices de Monsieur Robuchon, para arreglar nuestras emociones y mejorar nuestra experiencia en un viaje más, que hemos de llevarnos en el blog de nuestras almas.

Salud y honores para L´Atelier de Jöel Robuchon.
Y buen provecho en todo.  Para todos.