"Este plato sabe a abuelita". Más o menos así describía mi querido Amigo y Sensei Héctor Fernández M.,
a uno de los platillos que esa tarde de Viernes Santo degustamos.
Más de acuerdo no podía estar. Quién mejor que las abuelitas para consentir al paladar, estómago y corazón.
Y aunque el Danubio no es una abuelita. Sí apapacha desde 1936 a todo comensal, con ganas de saborear una probadita del país vasco.
Hago un paréntesis hablando de abuelitas: la mía no era vasca, pero sí alguien es responsable de mi pasión por el buen comer es Ella: Doña Jacinta Gutiérrez de Llano. Mi amada abuelita Chinta. Que por cierto, también le gustaba venir a este restaurante. Cierro paréntesis.
Ese día nos empujamos dos platos, sí, dos platos rebozantes de langostinos al mojo de ajo. Además de unos camarones al ajillo y por supuesto, el plato que inspiró la anecdótica frase de "sabe a abuelita",
un maravilloso, reconfortante y muy rico filete de pescado empanizado con papas. Asistidos por una botella de Muga blanco y finalizado por una selección de postres de la pastelería vasca... además de unos churros del Moro, que se cruzaron a la salida, para remarcar el pecado de ese Viernes Santo, con la gula obscena por la fritura dulce y empalagante.
Me despido hasta la próxima entrada de este blog, meditando sobre la memoria de los sabores.
Y deseándoles a todos Ustedes, que recuerden con placer, su más exquisito recuerdo.
Buen provecho. En todo.
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